Desde que somos peques, diciembre viene con una historia que todos conocemos: Santa Claus, el señor barbón vestido de rojo que viaja por el mundo repartiendo regalos. Pero detrás de esa imagen tan icónica hay verdades a medias, mitos repetidos y una estrategia publicitaria tan bien hecha que muchos la creyeron real por décadas.
Para empezar, Santa Claus no nació como un invento comercial. Su origen se remonta a San Nicolás de Mira, un personaje histórico del siglo IV, conocido por su generosidad y por ayudar en secreto a niños y personas necesitadas. Con el paso del tiempo, su historia se fue mezclando con tradiciones europeas, especialmente las del norte del continente, hasta llegar a América a través de los inmigrantes.
Durante siglos, Santa tuvo muchas versiones. No siempre fue regordete, ni vestía de rojo, ni tenía esa vibe tan friendly. En ilustraciones antiguas aparecía delgado, serio, con túnicas de distintos colores e incluso con un aire más misterioso que festivo. La idea de un Santa universal simplemente no existía.

Aquí es donde entra Coca-Cola y cambia el juego. En la década de 1930, la marca lanzó una serie de campañas navideñas ilustradas por Haddon Sundblom. En ellas, Santa aparecía como un personaje cálido, sonriente, cercano, con traje rojo, botas negras y barba blanca perfecta. No era nuevo, pero sí era el más atractivo, constante y visible que el mundo había visto.
La clave no fue crearlo, sino repetirlo hasta el cansancio. Durante más de 30 años, esa imagen apareció en revistas, anuncios y espectaculares alrededor del mundo. Resultado: para millones de personas, ese Santa se convirtió en el único Santa posible. De ahí nació la gran mentira que sigue circulando: que Coca-Cola lo inventó desde cero.
La realidad es otra. La marca no creó a Santa Claus, pero sí moldeó su imagen moderna y la hizo global. Lo transformó en un ícono pop antes de que el concepto existiera como tal. Y cuando algo se ve en todas partes por tanto tiempo, el cerebro lo acepta como verdad absoluta.
Hoy, Santa Claus es un mix perfecto entre tradición, folklore, marketing y cultura pop. No es solo un personaje navideño, es una prueba de cómo la publicidad puede redefinir una historia completa sin necesidad de mentir directamente.

Al final, creer o no en Santa ya es decisión personal. Pero entender de dónde viene y cómo fue construido nos recuerda algo muy actual: no todo lo que parece tradición lo es, y no todo lo que creemos eterno nació de la nada.






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